Luego de un comienzo de semana laboralmente estresante, luego de un jueves de relax por el corto plazo pero con un par de reuniones de trascendencia para el mediano; luego de un viernes laboral súper relajado que terminó a las cuatro de la tarde; luego de un viernes mundano que comenzó con una cerveza en Constitución, y siguió con otras dos en Villa Elisa ya con Verónica, y con otras dos en Antares –un bar harto recomendable de La Plata–, y otras dos más en Siddharta –en boliche donde tocaron Cursi y Estelares–; luego de un sábado cuyo amanecer se dio al mediodía, luego de una tarde a la sombra de un tilo, y después parado con la vista en el cenit a la vera del río de la Plata en Punta Lara; luego de unas cervezas con Diego, y unos fasos también; y luego, además, de un negligente y exhaustivo análisis de la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, concluyo en que Simmel tenía razón: la “Libertad” no es un concepto discreto, definible intensamente, sino que más bien es como un estado de ánimo, una palabra-comodín que sirve para validar un gran relato, junto con “felicidad”. Pues bien, propongo que para cuando avenga la siguiente revolución, se conserve la “felicidad” y que nuestra otra palabra-comodín sea “onda”. Es tan definible como “libertad” y, además, garantiza otras cuestiones.
“IV. La libertad política consiste en poder hacer todo aquello que no cause perjuicio a los demás. El ejercicio de los derechos naturales de cada hombre no tiene otros límites que los necesarios para garantizar a cualquier otro hombre el libre ejercicio de los mismos derechos; y estos límites sólo pueden ser determinados por la ley.”
En ese apartado, habría que reemplazar “libertad política” y “derechos naturales” –conceptos emparejados en el párrafo– por “onda”. “Onda” se define como “capacidad de la cognición humana que proyecta más de una hipótesis causal para un mismo fenómeno”. Sería una institucionalización del Plan B.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario