12 marzo 2009

Boleta única: alpedismo militante

Fuente: Clarín
Leía hace un rato en el otro gran diario: "En el caso de la boleta para diputados o senadores, sólo figuran los nombres de los candidatos que ocupan los primeros lugares en la lista. Para que el votante conozca la lista sábana que está votando se imprimen afiches, cuya exhibición es obligatoria en los centros de votación y en el cuarto oscuro, donde figuran todos los nombres de los candidatos de las distintas listas". Así se refería a la putativa mejora del actual sistema de boletas un cientista político surgido de la Universidad Complutense de Madrid, a la que sospecho mucho mejor en el área, ponele, de Filología, sobre todo desde que la tradición democrática española yace en una fosa común junto con la República Española. Vamos, coño, que la dirigencia hispana de España es parlamentaria desde hace unas décadas, pero, monárquica, desde hace siglos. (Un suponer, desde Alfonso el Sabio, muerto en Gibraltar cuando aún era territorio español.)
Eso sí, son palabras de gran poder cubritivo las de este intelectual, tanto como para justificar olvidar en el pasado la listas sábanas con un fantasma de ellas mismas, colgado en las paredes del cuarto oscuro. De modo que esta, según algunos, mejora de las boletas lleva en sí la omisión de los candidatos votados, el hilado digamos, mostrando sólo la filigrana que la encabeza. (O sea: lo mismo pero peor, menos para los partidos cuyos fiscales no quieran embarrarse el calzado, o no puedan, por su simple inexistencia.)
Este debate me hace acordar a cierta conversación entre una niña y su madre:
-Ponete zapatillas que afuera está lloviendo.
-No, quiero mis zapatos.
-Ponete las zapatillas.
-Zapatos.
-Zapatillas o nos quedamos encerradas y salimos nada.
-Bueno, está bien: me pongo las zapatillas. Pero les decimos "zapatos".

Todo un curso de negociación y formación cívica. De, por y para niños, desde ya.
Incluso diría que si en esa conversación se reemplazara "zapatillas" por "alpargatas", tendríamos una somera metáfora política de la confluencia De Narváez-Macri-Solá.
Ahora, filosófica y complutensemente hablando, a esa unión entre lo peripatético y lo estoico (el aporte de Felipe, of course), sólo le faltaría la pata académica, tal vez integrada por el oracular Instituto Hannah Arendt.
De todos modos, la contrarreforma abjura de la filosofía, prefiere el pastiche o, mejor aun, el hipnótico fetiche de la hoguera.

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