30 abril 2007

Oleup, puerta dimensional (Oleup I)


En plena mitad del siglo XX, las particulares obsesiones de Pauline Rieper y Juliet Hulme encontraron su cauce, contención y desborde en un delirante y compartido Cuarto Mundo, romántico espacio que expandía sus sentidos con historias que ramificaban sus tramas de familias reales, casamientos y asesinatos políticos. Ese ambicioso árbol de linajes imaginarios creció tanto que llegó al primer mundo, al real, y la madre de Pauline encontró su muerte en una piedra metida en el fondo de una media de nylon, cuyo otro extremo sostenía su hija, que si bien se esforzaba por dar buenos golpes, más empeño ponía en creer que, finalmente, ese matricidio conllevaría sus mejores y más delirantes sueños.
Podría escribir líneas y líneas sobre Criaturas celestiales, la mejor película –por lejos– de Peter Jackson. Pero la mención de este film basado, como suele decirse, en hechos reales, tenía su causa, su acento, en el otro lado: el Cuarto Mundo, ese espacio mental que ellas –como todo el resto de la humanidad– delinearon para entender e inventar, para resistir y subvertir.

La foto que abre este post muestra la puerta dimensional de acceso al Cuarto Mundo. Su ubicación: paralelo 42° sur, casi esquina Cordillera. Su aparición: abril. Su nombre: Oleup. Y es muy posible que algunas de las historias que esconde su aire sean publicadas por este mismísimo medio. Ojo.

28 abril 2007

A la pesca


Tengo un amigo que bien podría colaborar con este blog, tan es así que en realidad ya lo ha hecho (e incluso fue él quien abrió este blog, junto con Malala). Se llama Diego, y su apellido me lo reservo por lo mismo que reservo el mío: porque la reticencia es la máxima apuesta de Narciso. Se llama Diego, decía, y hace unos meses fue a ver Estudiantes-Gimnasia de Jujuy. La gracia es que recorrió en micro todo el trayecto que une Buenos Aires con San Salvador en el mismo micro que llevó a la barra brava del Pincha.

Este es un post para que él mismo escriba otro con esas impresiones que, al menos a mí, no dejan de cautivarme.

26 abril 2007

La distancia va perdiendo su espesor

Domingo 9 de abril, 13.43hs, Lago Puelo

El viernes fuimos en auto a un día de camping en el río Manso. Allí conocimos a Enrique y Blanca, progenitores de Axel, amigo de Carolina, hija de Beta y Raúl, nuestro matrimonio huésped (“huésped” en el sentido de propietarios que nos hospedan, claro). Enrique es investigador de Conicet y Blanca es médica, y decidieron hace seis meses radicarse en El Bolsón. No son viejos pero cargan con sus 60, por lo que no resultaría raro que lo estén pensando como su último lugar de residencia.
Casi lo primero que vi de ellos fue a Blanca haciendo callar a Enrique cuando éste hablaba sobre asuntos impositivos: “Cortala. Es aburrido. Lo del asado está bien, pero esto es aburrido”, le dijo como a los gritos, aunque hablara apenas con el hilo de voz que su disfonía le dejaba emitir. En el almuerzo –al que había contribuido con sendas ensaladas de endibia y radicheta–, Blanca dijo también que está proscripta y que es por eso que no puede trabajar. (Desconocemos la causa de su proscripción.) Enrique, por su parte, es de ascendencia alemana: su padre llegó al país en 1948; y me comentó, mientras se hacía cargo de ese asado casi familiar, que le gustaba la vida al aire libre y la pesca. “Después me voy a echar un tirito por ahí”, me dijo mientras daba vuelta el cordero.
Axel, su hijo, es rubio y risueño, creía que “El arriero” era una canción de Mollo, tiene ciertos modismos a lo Macri y a veces dice “me taré” y hace trampa jugando al chancho, juego en que descuella.
En fin, es sólo un recorte.

Otro: La remisera que nos trajo ayer desde El Bolsón hasta el Lago Puelo llegó a la Comarca Andina hace unos años. Ella es rosarina, y decidió emigrar luego de que su madre fuera golpeada –en presencia de su nieta– hasta quedar en coma una semana. En ese momento dijo basta y se fue: “Acá viene mucha gente escapando de la inseguridad”. Siete días demoró el viaje de mudanza Rosario-Epuyén en una vieja camioneta: “A la salida de Bariloche, en la subida de Onelli, una persona a pie iba más rápido que yo. Yo rezaba y aceleraba, y mientras me figuraba con mis cosas en el lago”. En la comarca ella se siente mejor. Dice que ganó en calidad de vida, y si bien acá no hay tantas cosas como en Rosario, allá tampoco tenía la plata para comprarlas. “Ahora me siento más protegida, aunque tengo que reconocer que al principio me aislé un poco (apenas llegué un tipo me prestó cien pesos y yo no lo podía creer). Lo que pasa es que la gente viene acá con muchos miedos, muchos mambos personales, y entonces los continúa.” Su hija ahora es adolescente y ella no tiene temores de que salga de noche. “Como mucho, yo le digo: «Que te abran la botella adelante tuyo, para que sepas que no tiene nada raro adentro». Yo pienso que, en todo caso, si se droga, se droga con algo de acá: un porro, una línea». Pero allá en Rosario ya estaban vendiendo tubo fluorescente molido...”.


25 abril 2007

Pasajeros en tránsito

Sábado 8 de abril, 19.37, desde Lago Puelo
Sentado en el suelo frente a la plataforma 10 de Retiro, con la espalda apoyada en el vidrio, Malala a mi derecha y la mochila a mi izquierda, cantaba con una mezcla de cinismo y candidez: "Toma el tren hacia el sur, que allá te irá bien". La miré y sonreímos.
Sabemos o recontrasabemos, más o menos desde los 3 o 4 años, que el viajar es un placer. De tal modo, Malala y yo partimos hacia Bariloche, con destino final –aunque también sabemos que todo final es provisorio (menos la muerte, claro)– Lago Puelo, pueblo de la comarca andina de la latitud 42º. A partir de aquel recalcitrante saber, y de nuestro propio malestar en la cultura, poco nos importó que por desconocidos motivos el trayecto hasta Bahía Blanca haya demorado dos o tres horas más de lo habitual. En definitiva, por delante quedaban las buenas horas de esas hospitalarias montañas.
En la duermevela del viaje en Coche Litera (para Cama le faltaba un poco), llegamos a Cipolletti. Parpadeamos un par de veces, y de a poco nos fuimos haciendo a la agradable idea de bajar a estirar un poco las piernas y, de paso, conseguir entender que lo que decían las voces que terminaron de despertarnos era que teníamos que desviarnos para llegar a Neuquén. Pero no nos importaba. Después de Bariloche todavía nos quedaba el camino hasta El Bolsón, donde nos recogerían una suerte de tíos de Malala para llevarnos hasta su casa en Puelo: todavía faltaba mucho y lo mismo daba si eran diez o trece horas más.
Bajamos y, por desdeñosa responsabilidad con nuestro propio placer, le preguntamos al chofer por qué teníamos que desviarnos. “Están cortados los puentes, son los docentes.” Fuimos hasta el sol a fumar un pucho y cuando volvimos a subir Malala ya tenía Río Negro en sus manos. Al ver la tapa le comenté: “Cortar es poco, tendrían que rociarlos con petróleo y quemarlos a todos”. En resumidas cuentas, en ese desviado trayecto hasta Bariloche nos enteramos de que la policía neuquina había vuelto a asesinar, que el que disparó el arma homicida era un criminal juzgado, que había muchísima bronca y que sin embargo todas las paredes de la zona soportaban pintadas de Sobisch Presidente. Y pensé que mis coordenadas políticas daban que Kirchner me genera aquiescencia, desconcierto y bronca, pero que hay tipos que lisa y llanamente me generan odio. En fin, lo que se dice “el juego de la democracia”.
Lo que sí: recién paseaba por la feria de El Bolsón, con mi conciencia política soterrada bajo la función turística y las fantasías de escape, hasta que un cartel me acomodó la mirada. Era de una organización de mayoría mapuche que, en repudio del asesinato de Fuentealba, decidía no abrir este sábado: “Mientras ustedes compran y nosotros vendemos, ellos asesinan”. Comprendí que, aunque recién llegado, ya era parte de la casa. Y sonreí con ironía y ternura. Y me sentí bienvenido.

04 abril 2007

Agarro La mujer ducha. Ya lo leí pero no importa: un cuento hasta llegar al trabajo. “San Jodete, apóstol de la Desgracia” empieza ahí nomás del kiosco de diarios: “… y fría de 1969 en que el Panadero Díaz pegó dos cabezazos en el enigmático arco de All Boys e innumerables patadas entre el tobillo y la cadera del wing derecho de los…”. Sonrisa, con ganas pero sólo sonrisa. La segunda página me alcanza ya sentada del lado del andén en que me voy a bajar: “Y bueh… Hay que joderse, compañero”. Sonrisa. Las estaciones se van apelotonando y las frases también: “la frecuentación de tribunas perdedoras y barras más melancólicas que bravas”, “incluso llegó a componer algunas piezas a las que el olvido ha hecho justicia”, “Pero no debo llorar/ por este sino fulero:/ mi destino de balero/ siempre detrás de un aujero/ sin poderlo concretar”. Sonrisas, alguna con ruidito y finalmente una breve carcajada.
Viajando en San Jodete, más o menos por la estación Pueyrredón, distraída del resto y de excelente humor, me veo interrumpida por el hombre sentado a mi izquierda que, incontenible, agarra mi libro para mirar la tapa mientras dice: “Disculpá, pero quiero saber qué vas leyendo que andás tan entretenida”. Sorprendida por el sismo de letritas, aunque simultáneamente tranquilizada por las palabras del señor, le digo que se llama La mujer ducha. El tipo se pone los anteojos, hojea la tapa y me pregunta si es un libro para mujeres. Yo misma me pregunto qué es un libro para mujeres, pero mientras le digo que no, que es para personas, que es un libro de cuentos y que el que estoy leyendo en este instante se llama “San Jodete, apóstol de la Desgracia” y trata de un cobrador del Racing Club de Avellaneda y que es bastante futbolero. Mira nuevamente la tapa y me pregunta por Juan Sasturain, por su nacionalidad, le digo que sí, que es argentino.
Nuevamente con todas las letritas sobre mi falda, trato de volver al Quitapenas, donde se llevan a cabo las primeras prédicas del mítico nacimiento de San Jodete… pero ahora sí estoy distraída y la fatalidad recae sobre el libro que dejo abierto pero sin dedicarle ninguna atención.

Hay que joderse.