¡Ay, la fama, la fama! Maldita estragadora que levanta monumentos desde el barro, luego esparce pátinas perfectas sobre objetos que no lo son y así nos arrebata la chance de tocarlos y, por consecuencia, de conocerlos al dedillo. La fama y la genialidad son las hijas putativas de dios y la trascendencia, conceptos derivativos nunca corroborados que circulan orondos por la opinión y el juicio (como si estos fueran la misma cosa).Como iba diciendo: Malala se compró un futón. Para el estreno, El Padrino III. El plan perfecto: observar, entre el sillón y el dvd, el magnificente ocaso de una familia brutal, en la consabida solvencia de un cineasta mayor. Coppola, el renovador de las formas del cine estadounidense, y el final de su obra consagratoria.
Ni mierda: El Padrino III es un fiasco. Hace unos días habíamos visto las otras dos. La primera, impecable, como podría esperarse de quien dos años después dirigiría La conversación, ese perfecto panegírico del encierro y la paranoia.

De modo que en mi misérrima bolsa de valores, Coppola cae un 8 por ciento y ratifica la tendencia volátil del mercado, tal vez como efecto contagio de la crisis mundial, correlato financiero de un mundo desbaratado por sus propios dueños.
(Por el contrario Alta fidelidad sostiene estables sus valores, con una leve tendencia al alza.)
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