11 mayo 2007

En camino a Oleup (Oleup II)

Durante años –durante los años de mi auténtica juventud, cuando yo también prometía– me fui de viaje al sur. Y este año volví al sur, huyendo de este hueco que –sabía– habría de encontrar también allí. Será por eso, por toda la distancia que ha quedado en medio (la misma que media entre las promesas y su cumplimiento o cancelación), que me fui convenciendo de que aquello que me sostiene es lo mismo que se me resiste.
Venía agobiado por un ritmo, en la ciudad y en mí, marcado por la propaganda, las conversaciones escuchadas y los destellos de mi propia conciencia diciendo: “Más rápido. No vas a llegar”. Y había, en expansión, también una rima encadenada que empezaba en dinero y sueldo y terminaba en huero y huevo (suero tal vez).
Mi plan de viaje era lógico y cabal aunque, basado en mi connatural interpretación paranoica, ni siquiera se lo comenté a Malala. De haberlo hecho, de haber reconocido mi propia peligrosidad, no estaría ahora en esta situación, contando para nadie la causa de este encierro. Ahora, miro mi barba en el espejo. Ya es tupida, y entre los pelos negros, veo los rojizos y las canas, y recién en esta luna vislumbro quien pude haber sido y quien seré.

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